Como parte del desayuno, para acompañar los tamales en las fiestas, como alivio corporal en las frías noches de invierno, en fin, el atole nos transporta a nuestra niñez. No hay necesidad de excusas para comer el atole ya que no solo es delicioso sino también muy nutritivo. Sin embargo, hay cosas en esta bebida que le dan un significado especial.

El atole, es una bebida de origen prehispánico consumida en México, Guatemala y otros países de Centroamérica. Originalmente, era una cocción azucarada de harina de maíz en agua, en proporciones tales que al final tuviera una moderada viscosidad y un cierto espesor. Posteriormente se le fueron agregando ciertas especies aromáticas, como el cacao, vainilla, canela, anís, flor de azahar, hojas de naranjo y otros saborizantes, como chocolate, jugo o pulpa de frutas, para mejorar su sabor y darle variedad.
Tradicionalmente, el atole se endulza con piloncillo, azúcar o miel. Aunque originalmente se elaboraba solo con maíz, hoy en día las deliciosas gachas también se elaboran con harina de arroz o harina de trigo, y también se pueden preparar con leche en lugar de agua.
El sabor que se le da al atole depende de la región, pues dependiendo de las frutas y semillas de la región, se le agrega para darle variedad y hacerlo más nutritivo. En el norte del país, por ejemplo, los indios pai pai preparan un atole de avellana; En Michoacán, entre sus muchas variedades, hay una con mora silvestre, en la Ciudad de México conocemos entre otras el atole de chocolate, el atole blanco que forma la base de todas, hecho con nixtamal, sin azúcar ni otros saborizantes.

Por: Luis Enrique Alvarado Mendez